Los
niños aceptan mejor las diferentes texturas y sabores, tienden a aceptar más
alimentos y sus menús son muy similares a los de los adultos. Esto es porque
además de fijarse en el sabor, la temperatura y la textura por la boca, pueden
fijarse en el color, en la forma, en el tacto, en la temperatura al tocarla, en
qué pasa cuando golpeas los alimentos contra la mesa, etc.
Comen
a demanda, la cantidad que sus cuerpos les piden y eligen el alimento que puede
aportar más según los requerimientos nutricionales de cada momento.
Como es su propia curiosidad la que les lleva a probar alimentos, son ellos los
que deciden qué y cuánto comer, qué les gusta y qué les disgusta y se fomenta
la autonomía de los bebés.
Al
comer los alimentos por separado, conoce todas sus características de forma
aislada, así el plátano sabe a plátano, los guisantes a guisantes y la carne a
carne. Con las papillas, en cambio, deben asimilar un sabor extraño que
probablemente no volverán a probar jamás.
Pueden
comer lo mismo que comen los adultos, por lo que puede sentarse a la mesa con
ellos y ser uno más.
Los
niños no se acostumbran a las papillas y triturados (textura que los adultos no
solemos utilizar) y se aprovecha el periodo que hay entre los 6 y los 12 meses
(aproximadamente) en que tienen una curiosidad impresionante hacia cualquier
cosa. Pasado ese momento van perdiendo las ganas de aprender y probar cosas
nuevas y es más probable que se acostumbren a los triturados y que lleguen a
una edad más avanzada sin querer probar trozos y queriéndolo comer todo en
papilla.